Con 21 años, sin apoyo financiero ni experiencia empresarial, Ángel Carreiras asumió el timón de una pequeña distribuidora local. Cuatro décadas después, lidera un equipo en Distribuciones Carreiras de más de 40 personas y una empresa consolidada en la costa de Lugo, con un porfolio completo para la hostelería y una nueva generación preparada para tomar el relevo. Hablamos con él sobre cómo se levanta un negocio con tesón, qué espera el hostelero de hoy y hacia dónde camina el futuro de la distribución.
¿Cómo empezaste en el mundo de la distribución?
Con 19 años dejé de estudiar Bachillerato. Los fines de semana trabajaba de camarero, pero al dejar los estudios entré en una distribuidora que trabajaba con Mahou. Luego me fui a la mili, y fue allí cuando el dueño me dijo que no quería seguir con el negocio y me lo cedió. Tenía 21 años. Imagínate: no había datos financieros, ni garantías. Nadie confiaba en un chaval tan joven, pero lo cogí. Tenía menos clientes que al empezar, pero al estar solo, era más manejable.
Empecé con lo que iba dejando otra gente: La Casera, aguas… Y cinco años más tarde entró Grupo Pascual. Fue entonces cuando empezamos a crecer de verdad.
¿Cómo fue ese crecimiento?
Empecé solo, hace 38 años. Hoy somos entre 42 y 45 personas, y cubrimos toda la costa de Lugo. Hacemos seco, refrigerado y congelado, y trabajamos también con Coren. Tocamos todos los segmentos de la hostelería. Nuestra clave ha sido siempre la misma: trabajo, tesón, estar ahí todos los días, programar bien los servicios y, sobre todo, cumplir. Si te comprometes con un cliente, no puedes fallar.
¿Cómo se gestiona esa transición de hacerlo todo tú a dirigir una estructura tan grande?
No es fácil. Ahora tengo más vértigo que con 25 años, porque la responsabilidad es mucho mayor. A veces me cuesta delegar, lo reconozco. Si salgo a la calle, no sé cuándo vuelvo. Y que otros den la cara por ti no siempre es sencillo. Pero tengo un equipo muy bueno, gente que lleva más de 20 años conmigo y que se siente parte de la casa. Confío en ellos.
Hoy tenemos gente formada en compras, ventas, oficinas… Cada uno tiene su rol. Y eso me ha permitido dar un paso atrás en algunas cosas.
¿Ese paso atrás tiene que ver también con el relevo generacional?
Sí, claro. Mi hija Elena ha crecido viendo todo esto. Se ha formado, ha trabajado fuera, y hace un par de años decidió incorporarse directamente a la empresa. Está llevando la parte digital y tiene una visión nueva del negocio, muy valiosa. Hay cosas en las que yo no estoy preparado y tenerla a ella es fundamental. No se trata solo de vender o comprar, sino de que al final quede dinero en el bolsillo. Y eso, hoy, está muy ajustado.
¿Cómo está el sector de la distribución hoy?
Está cambiando muchísimo. Antes había muchos más bares y pequeñas tiendas. Hoy hay menos clientes, pero más grandes y estructurados. La gente ya no va tanto al bar a tomar una cerveza, la toma en casa. Viajamos más, los picos de temporada marcan el año… y la distribución clásica tiene que adaptarse.
Los grandes grupos están recolocando a los fabricantes en el mapa, y nosotros, los distribuidores, debemos ser el nexo con el cliente. Escuchar lo que necesita y trasladarlo arriba. El futuro pasa por el servicio y la personalización.
¿Y cómo tomáis decisiones sobre qué productos distribuir?
Nuestro objetivo es que el cliente no tenga que buscar fuera lo que necesita. Queremos ofrecerle todo lo que consuma. Pero trabajamos con sentido. El pueblo más grande al que servimos tiene 12.000 habitantes, así que debemos estar atentos a las modas, a lo que llega de las ciudades, pero sin perder el norte. También nos influye mucho la estacionalidad.
Nos llegan muchos proveedores con productos nuevos, pero no puedes asumirlo todo. Vamos incorporando lo que tiene lógica para nuestro cliente y encaja con nuestros proveedores.
¿Qué papel ha jugado Pascual en vuestra historia?
Pascual marcó un antes y un después. En mis primeros años con ellos, había novedades constantes, equipos de formación, acciones comerciales, cartelería, apoyo… Mucha gente remando en la misma dirección. Yo he aprendido a vender calidad gracias a ellos. No por precio. Eso fideliza al cliente.
Me quedo con el lanzamiento de los yogures, que fue clave, y después con el Bifrutas, que ha funcionado muy bien en hostelería. Ahora estamos empujando fuerte con Mocay. Eso sí, echo de menos más dinamismo comercial y digital. Todo va muy rápido y es difícil seguir el ritmo. Hay que mejorar el equilibrio entre distribución y mercado.
Siempre has sido pionero en digitalización. ¿Cómo ha sido esa evolución?
Me ha gustado siempre. Aunque no estaba formado para ello, veía la utilidad. Hace años no teníamos ni móvil, pero ya usábamos un aparato para pasar los pedidos a oficina. Luego vinieron las PDA, y hoy cada comercial tiene su cuadro de mando en la tablet. Tenemos una app propia, y un porcentaje alto de los pedidos ya llega por ahí.
De hecho, muchos proveedores están menos digitalizados que nosotros. Pero si quieres dar un servicio ágil, tienes que invertir en esto.
Uno de los problemas actuales es la falta de personal cualificado, especialmente para reparto. ¿Cómo os afecta?
Muchísimo. Necesitamos personal con carné C para llevar furgones grandes. Y no hay. La gente no se saca ese permiso y, encima, no hay examinadores suficientes. Es un problema grave. Repartir con furgonetas pequeñas es una utopía. La administración debería mirar qué está pasando.
En 2022 sufristeis un incendio en las instalaciones. ¿Cómo fue aquello?
Fue un cortocircuito a la hora de la comida. Se quemó todo. Solo se salvó un camión que estaba fuera. Tuvimos que empezar de cero. Ahora ya estamos en unas instalaciones nuevas, más preparadas. Pero fue un golpe duro.
¿Te hace ilusión que Elena tome el relevo o te costaba imaginarlo?
Estoy muy contento, pero nunca fue una preocupación. Ella tiene que vivir su vida. Si decide seguir aquí, fenomenal. Y si no, pues se pone un cartelito de “se vende” y listo. Esto no va de imponer caminos. Pero hoy por hoy está comprometida con el proyecto, y eso me da mucha tranquilidad.