Desde fuera, Distribuciones Alimenticias Vallesol es una empresa que reparte productos de alimentación y bebida en Badajoz. Pero, en realidad, es una historia de amor. De amor por el trabajo, por el cliente y, ante todo, de una familia que lleva más de 50 años comprometida con el sector de la hostelería. 

Fundada en 1966 por Manuel García Clavijo y Rita Reyes, Vallesol nació entre campos de algodón y ha ido creciendo, ruta a ruta, hasta convertirse en un referente local. Hoy es Puri, su hija, quien lidera el negocio con la misma entrega que vio en casa. Una mujer que ha aprendido de su padre, se ha dejado empujar por su madre, y ha sumado a su marido al proyecto, mientras sus propios hijos ya miran con ilusión al relevo generacional. 

Hablamos con Puri sobre pasado, presente y futuro de Vallesol, sobre el trabajo invisible de muchas mujeres empresarias, sobre cómo diferenciarse sin ser grandes y sobre lo que realmente significa decir: “Aquí estamos para lo que necesites”. 

Vallesol nace en 1966. ¿Qué recuerdas de los orígenes? ¿Cómo empieza todo? 

Mis padres se conocieron en Andalucía y se fueron a empezar de cero a Badajoz, donde alquilaron una finca enorme para cultivar algodón. Con lo que ganaron, compraron un pequeño negocio de venta ambulante que pasaba cerca de la finca y cuyo dueño se jubilaba. Así empieza todo. Luego compraron un almacén —una antigua iglesia protestante— y vivían en la casa del ermitaño. Es una historia muy nuestra, muy familiar. 

¿Cuál fue el papel de tu madre, Rita, en esos inicios? 

Mi madre ha sido siempre una empresaria en la sombra. Aunque el capital era de los dos, la visionaria era ella. Era la que pensaba en qué rutas abrir, la que animaba a mi padre a avanzar. Él acataba. Ella empujaba. Y lo sigue haciendo ahora conmigo. Tiene 82 años, pero sigue estando ahí, preguntando sobre la operativa y los siguientes pasos.  

¿Y cómo te incorporas tú a la empresa? 

Yo estudié Empresariales, pero el negocio lo aprendí de mi padre. Él fue mi mejor escuela. Siempre fue muy curioso, muy avanzado. En 1982 se compró un ordenador Olivetti que le costó un millón y medio de pesetas. Quería aprender, innovar. Ese espíritu me lo contagió. Años después, mi marido, que trabajaba en otra cosa, también se sumó. Para mi padre fue como el hijo que nunca tuvo. 

¿Tus hijos tienen interés por continuar con Vallesol? 

Sí, parece que sí. Uno ha estudiado Periodismo y otro ADE, pero les gusta lo que ven. Les hace ilusión. No les obligamos, pero la puerta está abierta. Me haría feliz, claro. 

¿Cómo es el día a día en Vallesol? ¿Cuál es tu papel dentro del equipo? 

Yo me encargo más de proveedores, compras y administración. Joaquín, mi marido, de que todo se cumpla y de la coordinación del reparto y las ventas. Somos nueve personas, cada uno tiene su parcela, pero aquí todos remamos. Si hay que ayudar al reparto, se ayuda. No es El Corte Inglés. Somos una familia. 

¿Qué valoráis a la hora de elegir nuevos productos o marcas? 

Nos llegan muchos proveedores, pero antes de tomar decisiones escuchamos a nuestros comerciales. Son los que están en la calle. También testamos con los clientes si el producto tiene sentido. Y buscamos, claro. A veces vamos a ferias, pero ahora con internet es muy fácil localizar cualquier producto. Si me piden algo, lo busco. Si hay demanda de harina de almendra, por ejemplo, lo primero que hago es ponerlo en Google. 

¿Qué importancia tiene el equipo comercial para Vallesol? 

Toda. Son fundamentales. Llevan tablet con un sistema que nos permite tener el stock y las ventas al momento. En cuanto cierran una venta, entra en el sistema. Aunque muchos bares todavía funcionan por WhatsApp y hacen los pedidos a última hora. Los imprimimos de madrugada y a las 6:30 ya se está preparando todo. Si se quiere, se puede. 

¿Qué os diferencia como distribuidora? 

El compromiso. Jamás decimos que no. Da igual si el cliente pide una caja de nata o veinte palés. Si un sábado se queda sin cerveza, vamos. Siempre hay alguien de guardia. Eso genera confianza. Los clientes saben que estamos cuando nos necesitan. Nuestra mejor bandera es que cumplimos. 

¿Cuál ha sido uno de los grandes retos comerciales de estos años? 

Introducir la cerveza Victoria, por ejemplo. Fue una lucha. Vendíamos cajita a cajita. Pero sabíamos que si queríamos diferenciarnos, teníamos que dar el mejor servicio del mundo. No hay otra forma. El cliente te hace un tachón en un segundo. 

¿Cómo es vuestra relación con Pascual Profesional? 

Llevamos dos años y medio. Empezamos por el café Mocay, pero en aquel momento no cerramos el acuerdo porque querían que fuera solo café. Lo dejamos en pausa y más adelante nos propusieron trabajar con toda la cartera. Poco a poco hemos ido incorporando más productos. Nos da muchas soluciones. Las convenciones que hacen nos ayudan a implicarnos más. Y el sistema online de pedidos funciona muy bien. Hacemos también servicios a terceros. Lo que más vendemos ahora es el 1.5 L y el bag in box de leche. 

¿Cuál dirías que es el mayor sacrificio de ser pequeña empresaria? 

No tener reloj. Si quieres que esto funcione, no puedes tener mentalidad de ocio o vacaciones. Hay que estar siempre. Te tiene que gustar mucho, muchísimo. Si no, no sale. El sacrificio es enorme, pero la recompensa es ver que los clientes confían, que el equipo se siente en casa y que, incluso en tiempos complicados, seguimos creciendo. 

¿Y el futuro? ¿Qué próximos pasos ves para Vallesol? 

El mercado va a decidir por nosotros. Queremos seguir creciendo, sí, pero con los pies en la tierra. Si mañana hay que vender desengrasante, pues venderemos desengrasante. El futuro hay que mirarlo con ilusión y con los ojos bien abiertos. A nosotros lo que nos gustaría es que el cliente nos vea como una solución. Y ahora, con Víctor, mi hijo, que habla idiomas, y muy bien portugués, nos gustaría abrir mercado en Portugal. Esa es nuestra mayor inquietud ahora: dar ese paso. 

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